Desde el cambio de milenio, la tasa de natalidad en Estados Unidos ha ido disminuyendo casi todos los años. Algunos científicos anuncian que esta tendencia es buena para el planeta. Según afirman, mantener estable la población mundial detendrá la devastación ambiental causada por la actividad humana. Quizás se pregunten de qué lado están estos científicos. Durante siglos, se creyó que el papel de la ciencia era promover los intereses de la humanidad. Los avances en medicina, sanidad y agricultura han llevado a mejoras asombrosas en la expectativa de vida y la calidad de vida de las personas alrededor de todo el mundo. Menos mujeres mueren en el parto. Más niños sobreviven a la infancia y la niñez. Menos personas mueren de hambre y enfermedades.
Las estadísticas anteriores parecen noticias para aplaudir, no para lamentarse. Sin embargo, ahora los científicos se quejan de que la mejora de la supervivencia humana tiene un lado negativo. El crecimiento de la población humana está impulsado por un suministro generoso de combustibles fósiles, que no son renovables y contribuyen a la contaminación y al "calentamiento global". Además, la población en rápida expansión invade el territorio animal y altera los ecosistemas frágiles. Entonces, ¿Cuál es la respuesta? Olvidémonos de una masiva desaparición humana.
Por horrible que sea siquiera considerar la idea como una posible “solución” a un problema mayor, los propios científicos han llegado a la conclusión de que es poco probable resolver el problema. En cuanto a la restricción voluntaria de la reproducción, limitándonos a uno o dos hijos como máximo, o peor aún, límites forzados al tamaño de la familia, como la antigua política de un solo hijo de China, ninguna de las dos parece ser la respuesta, considerando que Estados Unidos es uno de los países menos densamente poblados y uno de los principales consumidores de combustibles fósiles del mundo.
Solo en Estados Unidos encontramos familias de dos o tres personas viviendo en casas que podrían albergar cómodamente a quince. Una familia numerosa que vive en un apartamento modesto, donde los niños comparten ropa, juguetes y otras pertenencias, puede costarle al medio ambiente menos que una familia de dos hijos que vive en una enorme mansión y compra solo ropa nueva.
Desde una perspectiva judía, ¿Dónde encontramos el equilibrio? ¿Nuestra responsabilidad es con la población humana o con el ecosistema en su conjunto? En el pasado, los intentos de controlar la población han llevado a una represión y violencia gubernamentales horribles. Por ejemplo, durante la hambruna irlandesa de la patata de mediados del siglo 19, los funcionarios británicos, influenciados por las ideas de Malthus sobre la superpoblación y por los prejuicios profundamente arraigados contra los irlandeses, no tomaron las medidas adecuadas para evitar una hambruna masiva. Su indiferencia, combinada con políticas que priorizaban la ideología económica sobre la vida humana, resultó en más de un millón de muertes y un sufrimiento generalizado. Esta tragedia ejemplifica cómo los seres humanos, con su perspectiva y previsión limitadas, pueden causar un daño catastrófico cada vez que intentan jugar a ser Di-s e imponer medidas a los demás.
La supervivencia del planeta no depende de la reducción de la población humana. De hecho, estamos esperando la Era del Mashiaj, cuando según lo codificado por Maimónides (Mishné Torá 12:8), "No habrá hambre, ni guerra, ni celos ni competencia. Todas las cosas buenas serán abundantes y todos los manjares estarán disponibles tan libremente como el polvo. La única ocupación del mundo será conocer a Di-s”. Di-s nos proveerá de todas las cosas buenas que necesitamos en abundancia y nuestros valores pasarán de ser materiales a ser espirituales, lo que permitirá que todos los humanos viva junta en paz y disfrute del bienestar espiritual y físico.